Amigos, este cuento está dedicado a mi misma, jajajaja, a diferencia de los otros, tiene su lado de fantasía, la imaginación no tiene límites, y podemos ser quien queramos, espero os guste, por que a mi sí :)
Mi nombre es Laura y me gusta la música rock. Miento. Me encanta la música rock. Adoro ese
tipo de música. Para mí no hay ningún tipo de música que se iguale con el rock.
Sobre todo con el rock de los 80 y los 90, a excepción, claro está, de mis
amados Beatles.
Crecí
escuchando el rock de los 80 y los 90, fantaseando con imposibles echada sobre
la cama de mi cuarto y con los auriculares puestos. El rock es un arma muy
poderosa cuando tienes una imaginación tan desbordante como la mía. Y uno de
esos poderes es la capacidad que tiene para permitirte evadirte de tus
problemas escuchando a tus artistas favoritos mientras besan tus oídos con su
música.
Precisamente
la noche en que mi historia comenzó me hallaba echada sobre la cama de mi dormitorio
escuchando el álbum de debut de Skid Row –los americanos, no los irlandeses–.
Frente a mi, fijado a la pared, tengo colgado un póster enorme de Sebastian
Bach, el primer cantante de la banda. En ese póster Sebastian tiene 20
esplendorosos años, lleva unos pantalones ajustados de cuero y muestra
orgulloso su torso desnudo y sudoroso mientras deja escapar uno de sus
poderosos gritos. Sí, lo confieso, hubo un tiempo en que me sentí poderosamente
atraída por él. ¡Era tan guapo y tan sexy, y encima cantaba tan bien!
De
pronto algo extraño ocurrió. Me hallaba tan metida en la música que me costó
reaccionar. En mitad de 18 and life –una de mis canciones favoritas de
Skid Row– noté cómo la imagen de Sebastian ganaba volumen, pasando de un plano
simple a convertirse en una figura en 3-D. Y no sólo eso, sino que encima
empezó a moverse, como si quisiese abandonar el póster, algo que, en efecto,
acabó por suceder.
¿Podéis
creerlo? Porque yo no. Y, sin embargo, allí estaba él, mi héroe de juventud,
avanzando hacia mí.
–Pero,
¿qué? ¿Cómo?... –balbuceaba atónita mientras pulsaba el botón de stop de mi
reproductor de mp3–. ¿Estoy soñando?
–No. No
estás soñando –dijo él, un Sebastian Bach de carne y hueso.
– ¿Cómo
has hecho eso? –pregunté.
–He
sentido tu llamada, y aquí estoy.
– ¿Mi
llamada? ¿Qué llamada?
–Sé lo
que está ocurriendo en tu oficina.
–¿Qué
sabes? –pregunté sin dar crédito a lo que estaba sucediendo.
–Sé lo
de esa vieja amargada. Sabes perfectamente de quien te hablo, de tu compañera
de oficina. ¿Cómo la llamaste? Espera que haga memoria. Ah, sí. “La perra
despiadada de la oficina”.
–¿Cómo
sabes eso?
–Tú me
lo dijiste.
–¿Cómo?
¿Cuándo?
–Todas
las noches, al llegar a casa del trabajo, te observo desde mi privilegiada
posición, allí arriba –dijo Sebastian señalando su póster en la pared de mi
cuarto–. Y veo cómo llegas abatida, desganada, y con ganas de llorar de la
impotencia. A partir de aquí te oigo lamentarte de tu mala suerte, de lo mucho
que te hace sufrir esa “vieja bruja” sin que tú hagas nada para merecerlo. Y
eso me entristece.
– ¿Por
qué te entristece?
–Porque
creo conocerte. Y veo que eres una buena chica. Sensible, amable, gentil,
siempre dispuesta a ayudar al que te lo pida, y me revienta que a la gente como
tú la pisoteen unos miserables sin alma.
– ¿En
serio crees que soy sensible, amable y gentil?
–Desde
luego. Y no sólo eso. También creo que eres apasionada. Te gusta leer y
escribir, y eso demuestra curiosidad intelectual y sensibilidad hacia el arte.
Por no hablar del buen gusto que tienes para la música. No sabes lo que
disfruto escuchando junto a ti esos viejos temas de Metallica, Mötley Crüe,
Aerosmith, Guns & Roses...
– ¡Wow!,
gracias –exclamé con emoción.
–Oye, y
ahora que te estoy echando un vistazo más de cerca. ¿Sabes que eres una chica
muy atractiva?
–Sí, ya.
Eso se lo dirás a todas.
–No. En
serio. Me encantan las curvas en una mujer. Y tus curvas son... ¡Madre mía, qué
curvas, nena! Dime, ¿te lo has montado alguna vez con un fantasma?
–Desgraciadamente
sí –dije yo con pesar.
– ¿De
veras? –dijo Sebastian con sorpresa.
–Cada
vez resulta más difícil encontrar hombres de verdad.
– ¿A qué
te refieres?
–Me
refiero a hombres que te hagan sentir mujer, que sean salvajes y apasionados
cuando haya que serlo, pero también sensibles y delicados, y tiernos, y que no
tengan miedo ni sientan vergüenza de mostrar sus sentimientos. Me gustan los
hombres que sean capaces de verme como algo más que un objeto sexual, que sean
capaces de verme como una mujer que piensa y que siente, y, sobre todo, como
una mujer que desea amar y ser amada.
Sebastian
me dedicó una sonrisa cargada de ternura.
–Ojalá
algún día encuentres a un hombre que te quiera como te mereces –dijo–. Te lo
deseo de corazón.
– ¿Puedo
preguntarte una cosa? –dije una vez recuperada la normalidad de mi pulso. ¿Qué
queréis? No todos los días una recibe palabras tan bonitas en boca de uno de
sus héroes de juventud y primera adolescencia.
–Adelante
–dijo Sebastian–. Pregunta lo que quieras.
–Dejando
a un lado el hecho de que hayas cobrado vida, lo cual me sigue pareciendo algo
insólito viniendo de un simple póster, ¿cómo es posible que tengas la
apariencia de un chico de 20 años cuando en la actualidad tienes algo así como
46?
–Prométeme
que si te lo digo no se lo contarás a nadie.
–Lo
prometo –dije alzando mi mano derecha como si estuviese en mitad de un juicio.
–Cuando
un músico de rock graba una canción parte de su alma se queda encerrada en esa
grabación. De ahí que al escuchar esa canción que grabé en 1989 mi espíritu
haya venido a ti con la misma edad que tenía cuando grabé ese álbum.
– ¿Entonces
es cierto eso que dicen de que los rockeros nunca envejecen? –pregunté henchida
de curiosidad.
–Un
rockero, aunque tenga 70 años, siempre se mantendrá joven de espíritu. ¡Fíjate
en Jimmy Page o en Robert Plant! ¿Crees que ellos se sienten viejos? Tal vez su
apariencia física sea la de un señor de 70 años, pero su espíritu siempre
tendrá 20.
De
repente un pensamiento ensombreció mi rostro. La tristeza volvió a mí como
ocurre siempre, sin avisar.
–¿Qué te
ocurre, Laura? ¿Por qué te has puesto triste? –dijo Sebastian.
–Porque
he vuelto a recordar a esa vieja bruja de la oficina. Desde que está liada con
mi jefe me está haciendo la vida imposible.
–Eso me
recuerda el porqué he venido hasta ti. Escucha, sé cómo ayudarte.
– ¿Cómo?
– ¿Tienes
papel y un boli? –preguntó Sebastian.
–Sí,
claro –dije. Me levanté de la cama, fui hasta mi escritorio y abrí una de las
libretas donde suelo escribir mis historias y dejar constancia de mis
pensamientos más íntimos.
–Apunta
–dijo Sebastian–. Se llama Yoshio. Se trata de un chino milenario con poderes
mágicos. Vive en una casa de ambiente algo lúgubre incrustada en mitad de una
calle sin salida. Este hombre, Yoshio, te dará la solución a tus problemas.
Sebastian
me dio la dirección exacta y yo la anoté en mi libreta. Luego escuchamos juntos
el resto del disco de Skid Row mientras él y yo tocábamos sendas guitarras
imaginarias, tal y como cantaba Klaus Meine en Can't live without you.
¿Os he dicho que me encantan Scorpions? Pues eso. Me encantan los Scorpions.
(Continuará...)
"Dedicado a PF, tu mente es un maravilloso mundo de posibilidades y agradezco que la compartas conmigo, la tecnología si tiene sus cosas buenas y nos acerca, muchas gracias"
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